Chile: ¿Dolores de parto?
Artículo escrito por nuestra editora Cecilia Montero con motivo de la histórica movilización social realizada en Chile el 25 Octubre en Santiago de Chile.
La semana que termina cada ciudadano chileno, sea cual sea su edad, condición o nivel de estudios se hacía dos preguntas: ¿Qué nos está pasando? ¿A que se debe este estallido social? ¿Es todo destrucción o de aquí saldrá algo nuevo? Nuestras mentes necesitan ponerle coherencia al caos. Para conversar con otros que no sean de nuestra tribu, para comprender las expresiones de desconocidos en la calle, es indispensable tener un relato, códigos, símbolos. Ocurre, sin embargo, que el sentido común compartido que hacía posible la vida en común está atravesado por paradojas, miedos atávicos, incoherencias y por cierto muchas noticias falsas. Hay dolor, hay conflicto entre visiones contrapuestas, como si estuviéramos en un proceso de iniciación colectiva del cual saldremos en otro estado.
Algunos medios nacionales y extranjeros han propuesto interpretaciones de psicólogos, psicoanalistas, sociólogos y politólogos. Todas se quedan cortas. Nadie ha logrado formular un relato que le otorgue sentido a lo que sucede. Esto es comprensible por muchas razones. Los primeros días el foco estuvo en la destrucción del metro y supermercados, pero el movimiento se ha amplificado, ya es un aullido social que no calla.
El estallido de violencia y los comportamientos radicales de los ciudadanos chilenos son el espejo del sistema, la otra cara de la moneda de un capitalismo financiero delirante y de un desarrollo con equidad que nunca fue tal (ni desarrollo ni equitativo). Todo aquello estaba escrito y era de prever, aunque también se nos repetía en cada coyuntura electoral que había que “moderar el lenguaje pues los chilenos aborrecen el conflicto”. ¿Qué tal? Nos fuimos al otro extremo y estamos atrapados en un escenario cotidiano frente al cual las imágenes del film el Guasón parecen inocentes. Y no digan que no se sabía. Los artistas sí lo vienen mostrando, como ese grupo de mujeres jóvenes en acción en un Valparaíso entrañable (Ema).
La razón de fondo del “sin sentido” que nos invade, y que irá apareciendo con claridad en los meses venideros, es que hace rato que nuestras formas de comprender la realidad, aquella en que fuimos formados, la que verbalizamos en la calle, en la vida profesional, en el debate político, está caduca. La lucha de clases, los movimientos identitarios, las revueltas juveniles, quedaron como el sello de la dinámica social del siglo XX. La ola de descontento que hoy atraviesa el mundo y que ha brotado en Chile es mas orgánica, viene de un sistema vivo que demuestra su vitalidad y lo hace contra ese monstruo frío que es el Estado.
Hace poco Sloterdijk nos recordaba a de Gaulle diciendo, tras haber logrado apagar la rebelión de 1968 : “Un Estado que merece ese nombre ¡no tiene amigos!”. Y agregaba el filósofo: la política es el arte de administrar la ira. En el debate cívico, las pasiones se transforman en emociones y éstas en opiniones. Pero cuando los electores observan que nada cambia, los afectos acumulados se transforman en resentimiento. Dejar de opinar, no ir a votar, son indicadores sospechosos de anomia. Se sale de ese estado subjetivo con la herejía, la separación, el dejar de respetar las normas: evasión, robo, desacato. Me pongo máscara de payaso y convierto a todo mi entorno en algo patético, irrisorio. Los torniquetes en fierro quemado, las vallas papales en trincheras, las cacerolas en tambores, el toque de queda en música, los supermercados en sírvase quien pueda…
La complejidad no resiste análisis lineales.
Es evidente que las visiones ideológicas derecha/izquierda acerca de lo que acontece no se sostienen. Ni que decir de la élite tecnocrática cuyas recomendaciones basadas en modelos han chocado ya varias veces con la realidad (Transantiago, medidores inteligentes, Metro). El maniqueísmo, los intentos de culpabilizar al otro (el Gobierno, los ricos, el lumpen y ahora la policía) pueden ser catárticos, pero sabemos que la simplificación víctimas/victimarios fuera de ser un indicador de inmadurez no permite nunca avanzar. Lo que no quiere decir que no haya que pedir cuentas a los responsables. Las lecturas mas elevadas como las que se proponen desde la ética, la teoría de la democracia, el psicoanálisis o las neurociencias sin dejar de ser interesantes nos dejan un sabor de comida recalentada en microondas. No tienen aroma, sabor, textura. No están conectadas con esa sorpresa que nos trae cada día que pasa.
Los acontecimientos nos están llevando, a la fuerza, a pensar de otra manera. Las ciencias sociales pueden ayudarnos a formular buenas preguntas que quedarán sin respuesta mientras no surja una reflexión que venga de la experiencia misma. ¿Como describir siquiera la experiencia de habitar una sociedad que se viene desvaneciendo ante nuestros ojos? Nada es como era hace apenas una semana y lo que emerge tiene características fellinianas: humo y fuego, encapuchados que esconden su identidad, exhibicionistas desnudos, millennials educados marchando que agregan selfies a su perfil, marchas “buena onda” donde se mezclan las bicicletas con los peatones sonrientes que llevan días sin ir a trabajar, protestas en poblaciones junto a chalecos amarillos que defienden sus barrios, colas de trabajadores y empleados buscando transporte para regresar a sus casas donde no encontrarán comercios abiertos y lo último, el espectáculo de las jóvenes parlamentarias gritándose y rompiendo papeles…
¿Cómo identificar a los actores sociales que están detrás de esto si tenemos en frente varios contingentes sin cabeza? La respuesta provisoria tiene forma de pregunta: ¿Y por que debieran existir actores protagónicos en una sociedad fluida e igualitaria?
Están circulando ya propuestas de organizaciones que buscan canalizar las frustraciones hacia un petitorio común. ¿Será suficiente? Parece legítimo dudar pues estaríamos buscando las causas de los problemas bajo el farol de antaño. Si la sociedad es un sistema vivo hay que respetar su complejidad, su capacidad creativa de adaptación al entorno, y su capacidad de defenderse de lo que no le hace bien. Necesitamos otras metáforas y muchos mas gestos simbólicos.
De la buena conciencia al caos.
En los días previos a esta crisis hubo manifestaciones pacíficas por el clima. Parecía que la tarea del momento era cambiar las conductas propias y dar el ejemplo de ser capaces de acoger una cita mundial como la Cop25. Teníamos indicios de que por fin los gobernantes tomaban acciones para bajar la huella de carbono y comenzaban a preocuparse de cuidar el agua. El optimismo no era ilusorio ya que la mayor conciencia climática tiene un efecto positivo para la democracia: nos muestra que lo que le ocurre a la tierra, a la atmósfera, a las aguas, nos afecta a todos.
Quizá estas expresiones de “buena conciencia” eran una forma de echarle tierra al malestar sicológico y social que se venía gestando en las ciudades del país. El hecho es que hoy nos salta a la cara la misma metáfora del boomerang: caemos en la cuenta de que la degradación de la situación social nos afecta y nos amenaza a todos. El abuso, el robo, las ganancias excesivas, el maltrato, la malversación de recursos públicos, las pillerías contables para evadir impuestos, entre otros comportamientos, operan como si se jugara contra un frontón: los golpes se devuelven con mas fuerza. En este drama que protagonizamos todos no hay paraísos ni oasis ni refugios. Las burbujas no son eternas, tarde o temprano se pinchan.
Como salir de las burbujas
Las burbujas en que vivía la clase política, la plutocracia y la clase media acomodada están al descubierto. Cuando el normal funcionamiento de las ciudades se paraliza el gesto del avestruz es suicida. También es peligrosa la huida, la fuite en avant, del que se auto refugia en la adrenalina del pragmatismo i.e. hacer mas y mas reformas o firmar mas peticiones. Más promisorio es quedarnos, en silencio, con la sensación de impotencia frente al caos en que parece estar la mayoría de la población, arremangarnos las mangas y, juntos, sin descalificar a nadie, comenzar a reconstruir lo que todos hemos destruido. Y en esas materias ¡sí que tenemos experiencia como país!
Estamos asistiendo al espectáculo de nuestra sombra. Es el momento de mirar nuestra cara fea, aunque no nos agrade. Es la única forma de que valoremos lo que somos, lo que hemos construido y la reserva moral de nuestros compatriotas. No se trata sólo de manifestar el rechazo al modelo, de derrocar a un presidente, de despreciar al Parlamento elegido por nosotros mismos. Lo que está en juego es mucho mas profundo, mas difícil y mas sanador. Es la oportunidad de nacer a una comunidad nacional de iguales que se ponen de acuerdo en las reglas básicas de como vivir juntos. Eso es ni mas ni menos una sociedad.