Extracto de la columna Monólogo del Virus
He venido a detener la máquina cuyo freno de emergencia sois incapaces de encontrar…
Estad agradecidos conmigo. Sin mí, ¿cuánto tiempo todavía habrían tenido que pasar como necesarias todas esas cosas incuestionables que, de repente, se han suspendido por decreto? La globalización, la competencia, el tráfico aéreo, los límites presupuestarios, las elecciones, el espectáculo de las competiciones deportivas, Disneyland, los gimnasios, la mayor parte de los comercios, el Parlamento, la reclusión escolar, las reuniones masivas, los empleos burocráticos, toda esa sociabilidad ebria que no es más que el reverso de la soledad angustiosa de las mónadas metropolitanas: Todo era innecesario una vez que se ha puesto de manifiesto el estado de necesidad.
Agradecedme las dosis de verdad que probareis durante las semanas que vienen: empezareis por fin a habitar vuestra propia vida, sin las mil escapatorias que, bien que mal, os hacen soportar lo insoportable. Sin haberos dado cuenta, nunca os habíais mudado a vuestra propia existencia. Vivíais entre las cajas de cartón y no os dabais ni cuenta. Desde ahora tendréis que vivir con vuestros amigos más cercanos. Vais a vivir juntas. Vais a dejar de estar como de paso hacia la muerte. Aborreceréis quizás a vuestro marido. Vomitareis quizás sobre vuestros hijos. Quizás querréis hacer volar el decorado de vuestra vida cotidiana. A decir verdad, no estaréis ya más en el mundo, en las metrópolis de la separación. Vuestro mundo no era habitable en ninguno de sus puntos más que a condición de una huida eterna. Teníais que aturdiros con frecuentes desplazamientos y distracciones ya que el horror había ganado en presencia. Y lo fantasmático reinaba entre los seres. Todo se había optimizado tanto que nada tenía ya ningún sentido.
¡Estad agradecidos conmigo por todo esto y sed bienvenidos de nuevo sobre la tierra!
Gracias a mí, durante un tiempo indefinido, no trabajareis más, vuestros hijos no irán a la escuela y, no obstante, esto será todo lo contrario a unas vacaciones. Las vacaciones son ese tiempo que es preciso llenar a toda costa esperando el retorno previsto del trabajo. Pero allá, en lo que se abre ante vosotros, gracias a mí, no hay más tiempos delimitados: se trata de una inmensa apertura. Yo os vuelvo desocupados. Nada os obliga a que el no-mundo de antes vuelva. Todo este disparate rentable puede quizás desaparecer. A fuerza de no cobrar, ¿qué más natural que no pagar el alquiler? ¿Por qué ha de seguir pagando las facturas al banco quien ya, de todos modos, no puede trabajar?
…
Es una civilización, y no a vosotros, a quien vengo a enterrar. Aquellos que quieran vivir deberán proveerse de nuevos hábitos que les sean propios. Evitarme ha de ser la ocasión de esta reinvención, de este nuevo arte de las distancias. El arte de saludarse, en el cual algunos miopes han querido ver la esencia misma de la institución, pronto no obedecerá más a ninguna etiqueta. Dará sentido a los seres. No hagáis esto «por los otros», por «la población» o por «la sociedad», hacedlo por los vuestros. Cuidad de vuestros amigos y de vuestros amores. Repensad con ellos, soberanamente, una forma de vida justa. Formad grupos en torno a una buena manera de vivir; escuchaos mutuamente, y yo no podré nada contra vosotras. Esto es un llamamiento a la atención, no al retorno masivo de la disciplina. No es una condena de toda la despreocupación, pero sí de toda negligencia. ¿Qué más puedo recordaros para insistir en que la salud está en cada gesto? Que todo, sobre todo la ligereza, se encuentra en lo más ínfimo.