Llevamos décadas con un modelo de comportamiento que corresponde a un “ser humano caducado”, y ya no podemos seguir así. Es el momento de que surja un nuevo ser humano que reconecte con otros valores, y los lleve a una nueva dimensión más elevada y más atrevida. Y creo que este ser humano del futuro ha de tener el coraje de desarrollar tres cualidades que llevamos dentro en potencia, pero que requieren de voluntad y esfuerzo para que puedan surgir y transformar la sociedad. Esas cualidades deberían volver a inculcarse en la educación de la infancia.
La primera es la compasión hacia todo sufrimiento humano: la gente en situación de calle, los que han tenido que emigrar, los enfermos, los heridos, etc. Pero compasión no es lástima, sino sufrimiento compartido. Algún día deberíamos llegar a sentir cualquier dolor ajeno como propio. Como decía Dostoyevski, ninguna estructura social tiene derecho a subsistir si está fundada en el sufrimiento, aunque sólo sea de un solo ser humano. Y tenemos que darnos cuenta que, aquello que no aprendamos por amor, deberemos aprenderlo con dolor.
La segunda cualidad es la paciencia ante cualquier contratiempo o sufrimiento moral o físico. Esta paciencia está vinculada a la confianza de que todo sufrimiento pasará, y que en nosotros reside la fuerza y las capacidades para superarlo. Esta paciencia y este saber llevar con serenidad y confianza todas las dificultades de la vida, despierta en nosotros todo nuestro potencial, y puede convertirse en ánimo y consuelo par los demás, y por lo tanto, en algo sanador.
Y en tercer lugar, el espíritu de sacrificio que también podríamos denominar inegoísmo. La palabra sacrificio no significa sufrimiento, sino que viene de sagrado. En la antigüedad se ofrecían sacrificios a los dioses, y siempre consistía en los mejores animales del rebaño, o los mejores frutos recolectados. Era un acto de reconocimiento y de agradecimiento por todo lo recibido. Deberíamos darnos cuenta de que nos lo han dado todo: la vida, la alimentación, la educación, etc. Y cuando somos capaces de reconocerlo recibido, y de sentir compasión por los que sufren, entonces puede surgir esa cualidad que consisten decir: no yo, sino que a través de mí pueda llegar a los demás lo que necesitan.
Carta de Joan Melé (Banca Etica) desde su confinamiento en Barcelona